La acupuntura se ha extendido por occidente gracias a su acción sobre el dolor; es especialmente apreciada en aquellos dolores crónicos por los que la medicina oficial sólo puede ofrecer un tratamiento farmacológico sintomático.
Es el caso de las enfermedades musculares y del esqueleto como la artrosis en todas sus localizaciones, de la periartritis escápulohumeral y de las tendinitis como el codo del tenista, que además de los deportistas, afecta a los violinistas, los violoncelistas, y, mayormente, a las amas de casa; el lumbago, la ciática, la hernia discal; la tensión y el dolor cervical. En algunas de estas afecciones, que tienen una base orgánica, la acción de la acupuntura parece desafiar la lógica científica y el sentido común, que establecen una relación causa-efecto entre la lesión y el sufrimiento. Está claro que la acupuntura no puede restablecer un hueso destruido en un proceso de artrosis avanzada, ni puede hacer retroceder el disco desplazado, pero al mejorar el dolor elimina la contractura muscular y favorece la circulación sanguínea, con una mejor oxigenación de los tejidos y un mejor drenaje de las sustancias acumuladas. Las imágenes radiológicas serán las mismas, pero al desaparecer el dolor, la acupuntura transforma el círculo vicioso en un círculo beneficioso, los tejidos se revitalizan, disminuye la tumefacción y se recupera la movilidad. La función crea el órgano, y este movimiento recuperado es un requisito imprescindible para la salud de los músculos, de las articulaciones y de los huesos.
La artritis reumatoide, como la gota y otras afecciones sistémicas caracterizadas por el dolor merecen un aparte.