Al hablar del desánimo, vamos a dejar de lado los dos extremos: por una parte la conmoción de quien padece un intenso choque emocional, y de la otra la enfermedad depresiva. Para el primero el mejor remedio es el tiempo, y para la segunda se requiere un tratamiento especializado. No se puede generalizar a partir de los casos extremos, aunque éstos sean los más espectaculares, sobre todo si tenemos en cuenta que el desánimo se ha extendido tanto que se puede decir que es el mal de nuestro tiempo. Hace ya años, la OMS pronosticó que alrededor de 2020 los trastornos mentales, presididos por la depresión, serían el primer problema de salud, por delante del cáncer, las enfermedades cardiovasculares, etcétera. Este aumento del trastorno depresivo clínico, que afecta a todas las capas sociales y a gente cada vez más joven, no es más que la punta del iceberg de un desánimo generalizado que sustrae vitalidad a buena parte de la población.
Lo que no hay que hacer
- Caer irreflexivamente en el recurso más habitual de tomar drogas, ni ilegales ni psicofármacos.
- Los antidepresivos actúan sobre los neurotransmisores cerebrales y dinamizan las conexiones neuronales. Estos fármacos se han de reservar para casos extremos, como depresiones profundas, y siempre por prescripción facultativa.
- Los ansiolíticos pueden ser útiles en un momento determinado de crisis, pero muy a menudo crean dependencia y luego cuesta dejarlos. Sólo en casos muy excepcionales se han de tomar de forma continuada.
- Los hipnóticos, igual que los ansiolíticos, no se deberían tomar a diario, sino esporádicamente, para que el cuerpo no se habitúe. Aunque sean una tentación, dado que uno de los síntomas más comunes del desánimo son los trastornos del sueño, el descanso al que inducen es de mala calidad.
- Los estimulantes provocan una excitación que en ningún caso puede confundirse con un buen ánimo.
Hay que evitar tomar fármacos siempre que sea posible por las siguientes razones: - Por sus efectos secundarios (sólo hay que leer el prospecto).
- Porque, al modificar y a veces sustituir la química cerebral, tienden a hacerse imprescindibles debido a que sólo tapan los síntomas y, cuando se dejan, uno suele encontrarse igual o peor que antes de iniciar el tratamiento. Así, un supuesto remedio que se toma en un momento crítico se convierte en un nuevo problema.
- Porque su interferencia con el psiquismo dificulta que se pueda recuperar el ánimo, ya que se pierde seguridad en las propias percepciones y sustraen confianza en uno mismo: no se sabe si lo que se siente es debido al propio estado o es inducido por las sustancias químicas.
- 2. Entretenerse en buscar la causa o la culpa, ni en el entorno ni en el interior de uno mismo, ni en el presente ni en el pasado. Cada uno crea su propia realidad y viste su estado de ánimo con los elementos de su entorno o de su vida que mejor se adecuan a él; quien esté triste, tenderá a recordar las anécdotas más tristes de su vida y a culparlas de su estado actual, de la misma manera que quien sea irritable, encontrará motivos de irritación en todo. Y los infelices que no tengan motivos de queja ni en su pasado ni en su presente, esa misma falta de motivos les desconcierta y les hunde todavía más el desánimo. Es decir, que siempre se encuentran razones para justificar los estados de ánimo. Esta proyección del ánimo sobre un suceso o una emoción es tan común que todo el mundo encuentra natural que así sea. Sin embargo, desde la perspectiva de las medicinas holísticas se ve de forma muy diferente.
Acupuntura y depresión
Si una persona decide intentar superar un estado depresivo con la ayuda de la medicina china le sorprenderá que el médico no se interese por los contenidos vivenciales del problema, sino que se fijará en detalles para nosotros nada significativos, como puede ser por ejemplo si la depresión se agrava en otoño, en invierno o en primavera. En este sentido, recuerda a un mecánico, al cual el itinerario del coche le es indiferente y lo que le interesa es si el motor da problemas en las subidas o se para con algún ruido determinado, pues eso es lo que le dará pistas sobre lo que no funciona.
Y es que para la medicina de la China antigua el desánimo es también un trastorno energético, de manera que, sean cuales sean los contenidos mentales con los que la persona viva aquella depresión, sea cual sea su “causa”, el médico ve un bloqueo o una congestión del qi. Hasta aquí podría parecer un punto de vista exótico, propio de una cultura antigua y lejana, si no fuera porque lo más frecuente es que, normalmente de una manera inmediata, la persona sale de la primera sesión con una visión diferente sobre los motivos de la depresión que padece.
Acupuntura y desánimo
Dado que nos hemos acostumbrado a vivir con una gran tensión, esta acción de la acupuntura se pone de manifiesto en la mayor parte de los tratamientos, aunque sean por problemas que nada tienen que ver con el psiquismo. El beneficio es tan notorio que muchas personas acaban apreciando más esta recuperación del ánimo, una olvidada sensación de bienestar, que la desaparición de la alergia, el dolor de espalda o lo que sea que haya motivado la consulta. Este “efecto secundario” de la acupuntura es todavía más valioso en el caso de enfermedades graves, ya que no sólo un buen ánimo hace menos penoso el camino, sino que contribuye, a veces decisivamente, a la recuperación de la salud.
Este fenómeno se da, en mayor o menor medida, en todas las medicinas holísticas, dependiendo de la técnica y de la pericia del profesional. Y, de hecho, todos los profesores de yoga, tai qi o meditación pueden dar fe de cómo estas técnicas mejoran el ánimo de quienes las practican.
El enfoque psicológico
El consejo más prodigado es que hay que tomarse las cosas por el lado bueno, “que por el malo sólo lo hacen los necios”, dice la sabiduría popular. Esto es fácil de decir, pero lo que es realmente difícil en estas circunstancias es conseguirlo.
Hay una amplia gama de procedimientos para tratar el desánimo desde la psicología, y todos se basan en la capacidad humana de orientar la mente. Las corrientes más simplistas de autoayuda apuestan por sustituir un pensamiento negativo por otro más positivo; libros y artículos en revistas suministran al público acostumbrado a las comidas precocinadas este tipo de recetas, desde mirarse en el espejo y sonreír a repetirse alabanzas a uno mismo.
“La verdadera clave de la vida consiste en sentirse bien cuando uno no se siente así.”, afirma desde California Anthony Robins. El organismo humano es una unidad y la modificación de alguna de sus partes influye en el conjunto. Así, es posible entrenar la mente a no dejarse llevar por pensamientos y emociones negativas.
Las diferentes escuelas de la psicología más rigurosa abordan la ayuda a los deprimidos desde diversos puntos de vista: sustituyen los pensamientos y estructuras mentales por otros más gratificantes, ayudan a liberar emociones y deseos reprimidos, descifran los contenidos del inconsciente, mejoran la autoestima o resitúan el conflicto en su contexto. En conjunto se trata de hacer conscientes emociones estancadas que dificultan el normal desarrollo de la personalidad.
El enfoque tradicional
En todos los tiempos y en otras culturas, la cuestión se resolvía de una manera bien diferente: en vez de dar acceso a la consciencia a los pensamientos y emociones que, desde su fondo perturban la psique, se procuraba elevar la consciencia por encima de las contingencias de la cotidianeidad, consiguiendo así que se disolviesen los nudos del inframundo emocional.
De este modo, en vez de analizar el inconsciente, se eleva el ánimo, uno puede aceptarse a sí mismo con su pasado, sus límites y virtudes y puede abrirse al prodigio de la existencia.
La actual pretensión de explicar los resortes de la conducta habría estado considerada arrogancia. Los antiguos chinos afirmaban que la mente humana es demasiado limitada para alcanzar las complejidades de la existencia y que lo único que puede hacer es acercársele con el entendimiento.
El entendimiento es la facultad de pensar. Para Platón, era la facultad superior del alma y servía para ordenar el universo de nuestra mente. Para los antiguos, nuestra manera fragmentada de entender el conocimiento estaría al nivel de las opiniones, es decir, sería considerada una suma de conjeturas y creencias.
Esto es así porque a partir del siglo XIX la razón se hipertrofió y ocupó el terreno del entendimiento, dejándolo reducido a pizcas de imaginación más o menos encadenadas por la lógica. En su pragmatismo, la sociedad industrial ha ido sustituyendo la comprensión global por la capacidad de pensar las cosas concretas y productivas. Es como ir de noche por la jungla con una linterna y confundir el trozo iluminado por la totalidad.
Cuerpo y mente
Se tiende a ver la mente como una función del cerebro, de manera que los trastornos mentales tienen, como las otras patologías, una base material. La patología de la mente es la de las conexiones neuronales, de modo que se puede influir sobre la conducta humana por medio de los transmisores químicos. Es comprensible el interés de la industria farmacéutica por este enfoque y le hemos de estar agradecidos por haber encontrado fármacos que han cambiado la suerte de muchos enfermos mentales. Pero, ¿qué interés hay en asumir como único un punto de vista que minimiza al ser humano, lo trata como un mecanismo y lo enfoca desde sus aspectos menos nobles?
Esta tendencia de la ciencia moderna da la vuelta a la manera tradicional de concebir las relaciones entre la mente y el cuerpo. Todas las culturas han considerado lo contrario, que la mente es el amo y el cuerpo el sirviente, un mero soporte.
La mente no es una entidad, es un espacio, un recipiente transparente que refleja sus propias acciones, y que se puede volver opaco según lo que pongamos dentro: si se es negativo se llena de negatividad, y si se actúa positivamente se llena de positividad. Ayudar ayuda, sanar sana y perjudicar perjudica. Pero el recipiente siempre es puro y cristalino. La mente humana, pues, que en todas las tradiciones había sido la gran transformadora, queda inactivada para esta función cuando se la considera un subproducto de los mecanismos cerebrales.
Oriente y Occidente
Estos procesos reduccionistas han ido en paralelo con la pérdida de espiritualidad. En todas las culturas y todos los tiempos, alzar los ojos hacia la divinidad elevaba la consciencia sobre las contingencias de la vida cotidiana, y relativizaba problemas y conflictos devolviéndoles su justa medida.
Nunca la consciencia de los hombres había volado tan bajo; hoy, sólo ocasionalmente, tanto el científico como el profano se extasían frente las maravillas de la naturaleza, y es probable que este desánimo cada día más frecuente en nuestra sociedad no sea más que este vuelo raso.
El anhelo de trascender la deriva materialista de la sociedad occidental empuja cada día a más personas a buscar en otras culturas una nueva concepción del mundo. Desde hace milenios, en Oriente se ha desarrollado una filosofía que, con la ayuda de un amplio abanico de técnicas, facilita la apertura mental y la consiguiente elevación del ánimo.
Desde el punto de vista oriental, no tiene sentido luchar contra la depresión, sino que hay que buscar la paz de espíritu a través de la relajación; no se incita a buscar consejo afuera, sino que se trata de desvelar nuestra propia sabiduría.
Tampoco hace falta combatir los propios hábitos, ideas y pensamientos, sino limitarse a observar cómo la confusión se difumina cuando le alcanza la luz o, en otra imagen de la cultura oriental, sólo se puede ver el fondo cuando se tranquilizan las aguas.
Consciencia y ánimo
Las personas que se tumban en una camilla de acupuntura, las que armonizan los movimientos y la respiración con la práctica del tai qi o el yoga, o las que practican la meditación, llegan todas al mismo punto: consiguen una relajación que permite que la mente, libre de presiones, reencuentre su estado original. No se trata, pues, de un adoctrinamiento ni de substituir los contenidos mentales, sino de liberarse, aunque sólo sea por un rato, de la tensión mental. De esta manera, la consciencia se eleva, sale de las redes emocionales y puede contemplar el panorama con más perspectiva.
Teniendo en cuenta los beneficios que esto supone para cualquier enfermedad, especialmente en los problemas psicológicos, estas técnicas orientales constituyen, como mínimo, un buen complemento en cualquier terapia y, como es lógico, facilitan la psicoterapia.