Durante esta competición, un periodista que cubría el acontecimiento deportivo tuvo que ser intervenido de urgencia de apendicitis. Rodeado de sus compañeros, pudo dar fe de cómo tres finas agujas (una en el codo derecho y las otras dos por debajo de las rodillas), junto con el calor que desprendía una hierba quemada cerca de la barriga, sin ninguna química, habían hecho desaparecer de golpe un intenso dolor postoperatorio que los fármacos convencionales ni siquiera habían conseguido aliviar.
Cuando se hubo repuesto, y aprovechando su estancia en Pequín, el periodista se dio una vuelta por los hospitales. Gracias a la credibilidad que le otorgaba el hecho de ser el vicepresidente delNew York Times, el artículo que escribió tuvo mucha más repercusión que la crónica del torneo, que por cierto ganaron los locales. La medicina china, hasta entonces recluida en los chinatowns, tolerada como una curiosidad étnica, o en reducidísimos círculos de médicos considerados extravagantes por el resto de la profesión, vio como se difundía su eficacia en un gran medio como el Times.
Está claro que las imágenes influyen en la opinión pública mucho más que las palabras. Una de las más impactantes que nos llegaron de la medicina china por aquel entonces fue la de cirujanos hablando con su paciente mientras le operaban un pulmón, la tiroides o el cerebro. Los telespectadores se quedaron atónitos al ver a un paciente en el quirófano con el cráneo, la garganta o el tórax abierto, cooperando en la intervención. Esta imagen valía bastante más que mil palabras, y todo el mundo se dio cuenta que no podía tomarse a la ligera una medicina capaz de tales prodigios.
El 1974, delegaciones de médicos provinentes de Australia, Inglaterra, Escandinavia y Estados Unidos visitaron varios hospitales de la República Popular China para obtener información de primera mano. Lo que más impresionaba a los occidentales era la simplicidad del procedimiento, que evitaba los riesgos de la anestesia, el período de inconciencia y la resaca del despertar, de modo que se facilitaba la recuperación del paciente. Era insólito; lo veían y no se lo podían creer. Los chinos afirmaban que habían practicado cientos de miles de intervenciones como aquellas, pero que no había truco. Pero, ¿qué truco podía haber? Además de no mostrar ningún signo de dolor, una vez terminada la intervención, el paciente se incorporaba, se arreglaba la ropa y salía del quirófano por su propio pie.
Este grupo de observadores concluyó que:
La analgesia aplicada a la cirugía no ha tenido mucho éxito ni en China ni en Occidente. Excepto en intervenciones puntuales, como puede ser la extracción dental, en las intervenciones quirúrgicas más importantes se prefiere la seguridad de la anestesia. Con acupuntura, se necesita empezar a estimular con las agujas unos veinte minutos antes de la operación, y seguir hasta que ésta termina. La ventaja es que la analgesia dura hasta unas horas después, en el postoperatorio, y la desventaja es que el efecto es desigual según la persona.
¿Acaso eran insensibles los chinos? ¿Tendrían el umbral de dolor más elevado que los occidentales? ¿Cuál era el truco? Un médico norteamericano que presenció una de estas intervenciones en la que, después de abrirle la garganta para extirparle un tumor sin otra anestesia que una única aguja, declaró que una vez cosido «el paciente se incorporó con una sonrisa, cogió el libro rojo de los pensamientos del Gran Timonel, lo agitó en el aire y exclamó: ‘larga vida al presidente Mao’.
El patriotismo, por sí mismo, no puede explicar la disociación entre el gran daño a los tejidos y las expresiones de dolor: cuando de abría al paciente, no mostraba ningún signo de sufrimiento, la presión arterial no cambiaba, y no se alteraba el pulso ni la respiración. Cuando aparecía una molestia durante el curso de la intervención, se aliviaba con un suave masaje en la frente y los pulsos. El caso es que la eficacia de la acupuntura para contrarrestar el dolor quedó entonces fuera de toda duda. Desde entonces, y en estos últimos treinta años, la antigua medicina de los chinos se ha ido extendiendo por Occidente; miles de personas la aplican con más o menos habilidad, pero siempre con un considerable porcentaje de éxito, lo que demuestra que se trata de una medicina muy potente.
Yo mismo, en los años setenta, mientras trabajaba de médico rural, que implica tener con los pacientes una relación de vecindad, me interesé por la acupuntura a raíz de una persona que padecía dolor de rodilla, el estómago de la cual ya no toleraba más calmantes. Sin apenas ningún conocimiento de la materia, con la simple ayuda de un manual, le clavé unas agujas, a pesar del escepticismo de ambos. Pero, cual no fue mi sorpresa al encontrármelo al día siguiente andando por la calle y sin sentir ningún dolor. Si, escéptico e ignorante, había obtenido aquel resultado, estaba claro que me encontraba frente a una herramienta terapéutica de primera magnitud.
Y así es; la acupuntura ha aliviado los dolores de la mayor parte de los occidentales que han recurrido a ella para buscar un remedio: dolor en las articulaciones, en los músculos, los tendones, esguinces, codo de tenis, síndrome del túnel carpiano, una larga lisita de itis(tendinitis, bursitis…), e incluso el dolor invalidante de la temible artritis reumatoide, y una –osis: la artrosis en toda sus localizaciones. Es evidente que la acupuntura no puede hacer retroceder el desgaste de los huesos, y que no cambia nada en las radiografías. No cura lo que ya no tiene remedio, pero hace algo mucho más importante, y es lo que todos los enfermos desean: aliviar el dolor y restablecer la función.
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