Una lechuza en apuros. Expertos del centro de cuidado de pájaros silvestres de Fort Lauderdale, Florida, someten a una lechuza a un tratamiento de acupuntura. El ave padece una lesión que le impide mantener el equilibrio, y los zoólogos, que no encuentran remedio a su dolencia, la someten regularmente a una sesión de acupuntura para aliviar su problema
A lo largo de la historia, el pensamiento médico occidental se ha polarizado en torno a dos antagónicos conceptos de salud. El hipocrático, que la considera resultado de una armonía, estimula el autocuidado y propone terapéuticas restaurativas -en la medicina en que el organismo genera las enfermedades, también puede curarse estimulando los procesos de restauración interna (es la vix medicatrix naturae)- En tanto que desde los empiristas de la Grecia clásica, otros han visto la enfermedad como una entidad específica que surge de una causa concreta, y el paciente, un mero portador pasivo: “No hay que curar al enfermo, sino la enfermedad, con unos remedios que pueden ser aplicados universalmente a esta afección”.
Estas dos aproximaciones a la salud seguían enfrentando a galenos y químicos a principios del siglo XIX, y 50 años más tarde despertó una viva polémica entre homeópatas y alópatas, en un momento en que la alopatía no tan sólo carecía de terapéuticas eficaces, sino que la mayoría de ellas deben ser consideradas hoy día como claramente contraproducentes: es el caso de la repetida sangría a las embarazadas y a los enfermos ya debilitados, o bien de la alta mortalidad que acompañó a la cirugía antes de la introducción de la asepsia (los riesgos de los tratamientos alopáticos llegaron a ser tan conocidos que hubo compañías de seguros de vida que ofrecían cuotas más baratas a quienes se comprometieran a tratarse únicamente con homeopatía). Eran tiempos de la primera ley de Sanidad española, y a pesar de que gran parte de las clases pudientes, de las autoridades y aun la misma Corte confiaban su salud a los homeópatas, la Sanidad pública respaldó a la medicina alopática porque se la creyó con un mayor potencial para combatir una patología entonces derivada fundamentalmente de las misérrimas condiciones de vida y de trabajo, y sobre todo porque su empirismo estaba más acorde con el modo de pensar cuantitativo y materialista de la sociedad industrial.
Transcurridos 130 años, el mapa epidemiológico es totalmente distinto, se dispone de técnicas curativas eficaces para quienes están gravemente enfermos y aparecen nuevos problemas, como el de que el constante incremento de los astronómicos costes de la Sanidad se aleja cada vez más de su capacidad de mejorar la salud de la población. Se intenta dar un trato prioritario a la preservación de la salud mediante la puesta en marcha de medidas preventivas y el establecimiento de una red asistencial primaria capaz de restablecerla en sus primeros estadios, condición ésta para evitar la sobrecarga y garantizar un óptimo funcionamiento de la red hospitalaria. Y es ahí donde, presa en sus hipótesis organicistas y amputada de su visión holística, la ciencia médica occidental, experta en la apreciación de los síntomas patológicos, presenta graves deficiencias teóricas y prácticas a la hora de percibir los difícilmente objetivables estados de salud.
Precisamente ahora que la ciencia médica está tomando conciencia de sus límites se difunde por Occidente una medicina que lleva más de 3.000 años trabajando sobre las condiciones de la enfermedad, una medicina que es científica porque se ha desarrollado sobre una observación consciente de los fenómenos vitales: guiada por un proceso de pensamiento racional lógico y comunicable, y llevada a la práctica por generaciones y generaciones de médicos letrados que han ido verificando y ampliando (¡durante 30 siglos!) un cuerpo de conocimientos que permite describir sistemáticamente, diagnosticar y tratar los desequilibrios orgánicos.
Al complementarse sorprendentemente con la occidental, la nuestra, la medicina tradicional china (progresivamente solicitada), no puede ser ignorada por una legislación sanitaria con anhelos de modernidad, ya que:
Tal es el caso extremo del cáncer, en el que estudios de la República Popular China demuestran que con la combinación de métodos se consigue una mayor tolerancia a los tratamientos, disminuye la frecuencia de las metástasis y recidivas y se consiguen supervivencias más prolongadas y con mejor calidad de vida.
La eficacia de la medicina tradicional china está ampliamente reconocida en Occidente: muchos hospitales han abierto secciones de acupuntura, a la que consideran un tratamiento de elección para buen número de dolencias tan comunes como lumbago, neuralgias, ciática, artrosis, dismenorrea, cefalea, vértigo, hemiplejías, parálisis, etcétera.
En Estados Unidos, centros hospitalarios disponen de departamentos de medicina natural en los que los enfermos a quienes se ha descartado la posibilidad de un tratamiento etiológico pueden optar entre las distintas técnicas que se les ofrecen. En Francia, la medicina china es una especialidad médica y sus tratamientos son reembolsados por la Seguridad Social, al igual que en la República Federal de Alemania. En el Reino Unido se está poniendo en práctica un programa para incorporar progresivamente las medicinas naturales a sus centros de salud.
Al impedir la cronificación y al curar buen número de padecimientos crónicos, las medicinas holísticas suponen además una sensible reducción de los gastos de farmacia y del consumo de tecnología médica.