Medicina oriental

Nuestro gabinete está especializado en el tratamiento de las enfermedades con terapias altamente efectivas y sin efectos secundarios nocivos.

Testimonios

Estamos acostumbrados a que la medicina oficial presente sus resultados de forma estadística. Las medicina los tratamiento de las cuales son a medida de las personas y no de la enfermedad, en cambio, son artesanales y deben demostrar su eficacia en cada caso. Cada día más personas buscan posibilidades terapéuticas alternativas y, por ello, creemos que estos relatos pueden resultar útiles. Ejemplifican lo que puede pasar en un tratamiento con medicina natural, aunque hay que tener en cuenta que su experiencia no es generalizable, porque la eficacia dependerá del estado del paciente, el tratamiento que se le aplique y la pericia del terapeuta.

Quiero agradecer a la acupuntura que me haya liberado de una pesadilla.
Mi enfermedad, sin ser grave, no me dejaba vivir, y me provocaba muchos trastornos: me lloraban los ojos, estornudaba continuamente, siempre tenía la nariz congestionada, de día no vivía y de noche tampoco dormía. Aún hoy, cuando pienso en ello, no sé cómo pude soportarlo. No había tenido nunca alergia. Era joven y con cuatro hijos.
Todo empezó cuando, con mi marido, decidimos, con mucha ilusión, hacernos una casa fuera de Barcelona. A los pocos días de trasladarnos a vivir allí, en verano, empecé con la alergia. Me sentía tan mal que tuvimos que bajar a Barcelona a que me visitara un especialista, quien me dijo: «Esto, señora, es muy difícil de curar; es como buscar una aguja en un pajar». Me recetó pastillas, y las empecé a tomar, pero me hacían sentir muy extraña, como si no fuera yo. Sólo tenía sueño y, cuando dejaba de tomarlas, volvía a aparecer la alergia. Así pasé algunos años, de un médico a otro. Pero nada me lo resolvía: medicamentos, vacunas, gammas globulinas… todo inútil. La maldita enfermedad volvía siempre.
Un día, mi hija mayor me dijo: «Por qué no pruebas con acupuntura. A un amigo mío le ha resuelto el problema. ¿Quieres que te acompañe?».
Y al cabo de unos días, fuimos a la consulta de un médico acupuntor.
Desde entonces, hará unos veinte años, no he tenido nunca más alergia. Cuando llega la primavera, voy a la consulta del doctor, a hacer un tratamiento.
También sé por otras personas que no sólo «hace milagros» con las alergias, sino con más enfermedades. Repito que estoy muy agradecida a la acupuntura y al doctor, y que por muchos años pueda seguir haciendo felices a otras personas como me ha hecho a mí.
He pasado muchas cosas en la vida, pero a usted siempre le tendré en el recuerdo por su «dedicación a las agujas» que tan sabiamente sabe aplicar.

Era hacia el 1998 y yo tenía unos veinte años. Iba a la universidad por las mañanas, trabajaba por las tardes y estudiaba por las noches, además de cocinar, limpiar y cuidar el piso que compartía.
De repente, una tarde de invierno, el mundo se hundió; nada era estable a mi alrededor, respiraba con dificultad y el corazón me palpitaba deprisa. A partir de aquel momento, las crisis de ansiedad se precipitaron con vertiginosa frecuencia, varias veces al día, acompañadas siempre de un impulso irrefrenable de huir. Siempre había disfrutado de buena salud y, aunque ahora sé que en el historial de mi familia se recogen muchos trastornos ansiosos, entonces ignoraba que una alteración nerviosa pudiese manifestarse tan real, tan palpable. ¡Pero qué pronto iba a descubrirlo!
Unos meses más tarde, incapaz de salir adelante y viendo que el médico no podía aconsejarme nada más que Valiums para ir tirando, lo dejé todo para pasar una temporada en una casa de campoa. Y si bien aquel cambio de aires me ayudó temporalmente, no dio los resultados esperados; tan pronto ponía los pies en el pueblo, por no hablar de la ciudad, el pánico vital reaparecía. Me sentía una persona enferma, cansada, incapacitada, triste, sin fuerzas. ¡Cómo envidiaba entonces la vida más gris y mediocre!
Finalmente me resigné a someterme a tratamiento. La familia me envió a su psicólogo de confianza, pero enseguida me di cuenta que sus métodos me alienaban. Me recetó ansiolíticos “por si acaso” y, un día en que ya no podía más, me convencí de que negarme a tomar fármacos no me conducía a ninguna parte: tenía que probarlo. Sin embargo, una vez en la farmacia, me quedé un buen rato vacilando delante de la cajita de cartón que, a un precio exorbitante, prometía alejar a aquel perseguidor intangible. Pero sabía que la salvación también me perdía; si bien tal vez me alejaría del mal, también me incapacitaría para descubrir, para experimentar, para explorar lo que, al fin y al cabo, era yo misma. Aquel camino me dejaría todavía más inválida. Devolví la cajita y me marché.
Desorientada del todo, me recomendaron la acupuntura. Como no tenía ninguna referencia, elegí un nombre al azar de las páginas amarillas: una china seguro que no podía fallar. Balbuceando un español rudimentario, me explicó en qué consistía el tratamiento y me enseñó, con una sonrisa sardónica, unas agujas de palmo. Pero antes de acudir a su consulta, una tía que había probado de todo para remediar unas persistentes migrañas me recomendó con vehemencia a un acupuntor que, aunque era de aquí (sic), practicaba con pericia el arte de las agujas de una medida tolerable para los aprensivos ojos occidentales. Me relajé en la camilla con las agujas clavadas, vuelta y vuelta: no sentí gran cosa. No obstante, al llegar a casa e intentar explicar cómo había ido, estallé en carcajadas. Hacía meses que no reía. Me sentía contenta, feliz, como si hubiera tomado una droga de efectos hilarantes. Vi la luz.

La ansiedad volvió poco después, pero aquella risa había desencadenado un renacimiento. Era el primer paso hacia una nueva concepción del cuerpo, de la enfermedad, de la mente y del mundo. Aquel remedio no me alienaba, sino que me permitía una pausa, una distancia. Me sacaba del lodazal y, aunque volviera a hundirme de nuevo, sabía ciertamente que la vida continuaba siendo hermosa.
Tardé una buena temporada en recuperarme del todo. No obstante, una vez encontrado el equilibrio, entendí la riqueza de aquella experiencia: había conseguido dar sentido a la enfermedad y descubrir nuevos caminos hacia una vida mucho más plena que la que había vivido hasta entonces.

Tendría yo unos treinta años (ahora tengo setenta) y mi problema era el dolor. Era un dolor que cuando me empezaba en una articulación se me quedaba clavada. No era un punto fijo, sino que corría de una articulación a otra y no pasaban dos o tres meses sin un ataque. Ningún médico había sido capaz de diagnosticar mi problema: decían que si era ácido úrico, que si esto, que si lo otro… Hasta que fui al Hospital General de Cataluña. Por entonces el problema era que se me hinchaban las rodillas y se me formaba agua. De modo que el reumatólogo, en el momento de sacarla, vio que el líquido era una psoriasis que se me metía en las articulaciones.
Me dieron una medicación que se llama vulgarmente sales de oro y comencé a ponerme inyecciones a diestro y siniestro, que si fuese verdad esto del oro hubiera brillado por todas partes. Tampoco dio resultado, y poco después me cogió en todas las articulaciones y, cuando aparecía el dolor, lo pasaba fatal. De modo que en tres o cuatros meses, entre una radiografía y otra, se podía ver que la articulación se había deshecho. Entonces comenzaron a fijarme articulaciones: primero la muñeca del lado izquierdo, luego los dedos del lado derecho, después el hombro, de manera que cada medio año, como quien dice, entraba en el quirófano. El proceso siempre era el mismo: el dolor se colocaba en una articulación, se formaba líquido sinovial, la zona se hinchaba, entraba más líquido y al final me dañaba los huesos. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, hasta ocho articulaciones fijadas, y las rodillas porque llegamos a tiempo, porque sino también las tendría igual. Esas articulaciones ya las tengo fijas, no las puedo mover. Las muñecas me las colocaron a 15º para poder conducir y llevo unas varillas en los dedos. Poco a poco me iban dejando rígido y, a la vez, me daban Metroxat, un medicamento muy fuerte que tomaba cada fin de semana, con lo que tenía que estar sábado y domingo en la cama porque no me aguantaba de pie. Pero, con todo, cada medio año como máximo aparecía el mismo dolor: primero en las cervicales, luego tuve dos hernias discales que también venían de esto, me pusieron una prótesis en la cadera… Es decir, que cuando me cogía en un punto, estaba listo, pues acababa con la articulación destrozada, y además se veía comparando la radiografía de cómo estaba antes y después de tres meses. El caso es que el dolor me imposibilitaba cada vez más; no podía conducir, el dolor en la pierna me impedía apretar el embrague y el del brazo, poner la marcha. Me tenían que llevar a todas partes. No podía trabajar, y en la empresa sólo podía vigilar el taller y nada más. Levantarme a las siete de la mañana era un verdadero suplicio.

Por otro lado, me iban haciendo análisis para ver cómo estaba el hígado, pero con tanta medicación llegó un momento en que dijo «basta», que ya no toleraba más medicación, que lo tenía deshecho. Entonces pensé: “¿y ahora qué? Si tomando pastillas no me ha pasado, si las dejo…” Me dijeron que cada vez que tuviese una crisis tendrían que ingresarme en el hospital de la clínica del dolor y que allí mirarían de ir haciendo cosas paliativas porque el hígado ya no podía más. Era hacia el mes de abril y la doctora del hospital me dio hora para el mes de julio, pero me dijo que si antes de esa fecha me cogía una crisis tenía que ir pitando a urgencias, porque había llegado un punto en el que, cuando se me ponía la muñeca de aquella manera, tenía que abrir el congelador y poner todo el brazo dentro para aguantar el dolor, y aún así cada dos por tres tenía que ir al hospital porque era insoportable.
Fue aquel día, al salir, fríos, helados, del hospital, al poner la radio del coche, cuando oí hablar a un médico alternativo al que siempre escuchaba. No recuerdo de que hablaba, pero junto a mi mujer dijimos: “Quizá él pueda ayudarme”. Yo, sinceramente, todo lo que sea acupuntura, no es que creyera o no creyera, pero veía más bien que era para personas psicológicas, por decirlo de alguna manera, así que no creía que pudiera servir realmente para mi caso. Además, quince años antes me habían llevado a Perpiñán, porque yo no podía ni conducir, a un médico que me habían dicho que trabajaba con espejos y fue una estafa muy fuerte. Pero, por suerte, nunca he perdido el humor ni las ganas de salir adelante y me lo tomaba todo con la moral que podía tener en esa situación. Porque, claro, tienes unos trabajadores y gente que depende de ti, y tienes que luchar continuamente contra el desconocimiento cuando ves que ni los medicamentos ni la cirugía pueden hacer nada por ti.
En fin, que llamé, y en la primera visita siempre me acordaré que el médico me dijo: “Hombre, podemos probarlo”. Ni que sí ni que no, me dijo que podía probarlo.
En aquel tiempo la rodilla la tenía clavada y llena de líquido, y cada seis meses tenía que ir a que me lo sacaran. Ese médico me clavó unas agujas de acupuntura y me dijo que fuera a buscar ortigas y me las pusiera en la rodilla, que así se me pasaría. Yo pensé: “¿Ortigas?” Pero sí, sí, me puse ortigas frescas y me comenzaron a salir ampollas, que me sacaron todo el líquido, y nunca más me ha dado un ataque en la rodilla. Incluso planté ortigas en una jardinera por si acaso me hacían falta.
En la piel nunca había tendido nada, siempre había sido interno. Supongo que habría sido mejor si hubiera salido fuera. Lo que sí recuerdo es que en las primeras sesiones de acupuntura, que al comienzo eran semanales, me salieron, de medio cuerpo para arriba, menos en la cabeza, unas ronchas brutales de porquería que iba sacando, eran unas manchas que iban supurando. Suerte que comenzaba a hacer calor porque cuando me tenía que duchar, me tenía que poner unas gasas. Esto duró de quince días a un mes y después fue bajando, y nunca más he vuelto a tener ningún dolor de artritis ni ninguna mancha en la piel.
Cuando llegó julio, que tenía visita con la doctora, me encontraba tan bien que, en vez de ir al hospital, alquilamos una autocaravana y con todos los hijos y sus novias nos fuimos a Holanda de vacaciones, de camping con las bicicletas, cosa que hasta entonces había sido algo impensable para mí. Al volver, pensé en ir al hospital para explicar cómo estaba la situación. Como siempre, antes de la visita me tenía que hacer una analítica; después de mucho esperar vino la doctora y me dijo que se tenían que repetir los análisis porque se habían equivocado. Y yo pregunté: “¿Qué quiere decir con que se han equivocado?” Y me dijo : “Deben de ser de otro paciente, porque no son los tuyos”. “¿Qué quiere decir que no son los míos?”. “¿Qué estás tomando ahora?”. “Nada, no estoy tomando nada”. “¿Cómo que no tomas nada?”.
Aquella mujer se puso histérica. Me dijo que lo que yo hiciera con mi cuerpo era cosa mía, pero que pensara que ella era la doctora y que si tomaba una determinación de éstas como mínimo tenía que informarla, porque al dejar el Metrotax me podría haber cogido un colapso. Yo le dije que estaba haciendo acupuntura y me dijo que no servía para nada, que no se lo creía, vaya. Y yo le dije: “Mire, me he ido, he ido de vacaciones, estoy la mar de bien, y no he tomado nada”.
Yo sigo haciendo cada medio año la visita periódica al reumatólogo, que me dice que no me haga ilusiones, que la enfermedad la tengo, que la artritis psoriásica no se va, que es para toda la vida y que lo he de asumir. Y yo digo que bueno, que vale.
Comparando las analíticas de ahora con las anteriores salen perfectas. Vaya, que cualquier persona diría que estoy curado. Pero los médicos te dicen: “El día menos pensado…”. Parece que todavía te quieran amenazar, quieren decir que volverá, y eso que ya han pasado veinte años. En el Clínic me hace el seguimiento un equipo que está investigando la artropatía psoriásica y que me parece que me hacen servir como conejito de indias y no se acaban de creer que no tome nada y que sólo haga acupuntura. El jefe de servicio me preguntó que a ver qué era lo que hacía, y al explicarle tal y como había ido, me respondió: “Mira, a mí no me expliques nada. Seguro que has ido a Lourdes”. Pero así mismo lo dijo y lo escribió en el historial médico: “Ha ido a Lourdes”. El caso es que no se ha vuelto a repetir ningún síntoma de la enfermedad. Alguna vez he notado alguna articulación y he pensado: “Ay, Madre de Dios”. Pero no.

Me he encontrado mejor desde los cincuenta en adelante, desde que comencé el tratamiento de acupuntura, que cuando era joven. Lo pasé muy mal y cuando me acuerdo, todavía se me pone la carne de gallina.

Tendría unos treinta años cuando tuve un primer ataque de dolor, muy fuerte; las manos me dolían mucho, así que fui a visitarme a un médico de la avenida Diagonal de Barcelona, que me diagnosticó que tenía dolor. Bueno, eso era evidente. Me trató con inyecciones de sales de oro; me ponía dos a la semana, y poco a poco fui recuperándome, aunque lo pasé muy mal. Un tiempo después, volvió a aparecer, y el médico me dio otra vez las inyecciones de sales de oro, durante bastante tiempo, y después llegó un momento en que el dolor desapareció. Estaba perfecta, tenía fuerza y parecía que todo hubiera terminado para siempre.

Cuando cumplí los sesenta años, daba gracias a Dios por estar tan bien; a parte de la edad, estaba perfecta. Pero un mes después de mi cumpleaños, estaba durmiendo y, de pronto, me quedé clavada por el dolor, que si hubiera tenido que salir corriendo, no habría podido ni andar. Entonces pensé: «¿Qué debe de ser esto?». Poco a poco, el dolor fue pasando a las manos y a todos los huesos, y en el hospital, después de los análisis, me pronosticaron que me quedaría en una silla de ruedas. Exactamente me dijeron: «En una silla de ruedas o muerta». Sufrí un ataque muy fuerte; tenía tanto dolor que tuvieron que darme cortisona, pero sólo me hinchó horrorosamente, y no me calmaba. Yo le pedía al médico que me diera algo más fuerte, porque no podía aguantarlo. Pero me dijo que algo más fuerte era morfina, y que no quería dármela.
Fui a que me hiciera acupuntura un médico de la diagonal que tenía fama de ser muy bueno; me ponía una cantidad de agujas horrorosa por toda la espalda, en la espina dorsal. Me clavaba veinte o treinta agujas, pero nunca, en los dos meses que fui, sentí ningún alivio. Al final me dijo que la cosa no iba bien, y que la acupuntura no me hacía efecto. Entonces fue cuando mi cuñado, aunque yo ya estaba decepcionada, me pidió hora para otro médico acupuntor, y me dijo que si no quería ir, que la anulara. Yo pensé: «Por ir, no perderé nada», pero fui pensando que no. Pero nada más salir de la primera visita, le dije a mi marido: «Es tan diferente, que creo que me irá bien». En seguida noté un cambio; nada más salir, ya me parecía que no tenía tanto dolor. Al principio iba dos veces por semana, y cuando estuve mucho mejor, una vez por semana, hasta que me encontré tan bien, que dejé de ir. Desde entonces, llevé una vida normal, jugando al golf todos los días, e incluso hice varios safari por África sin ningún problema.
Pero quince años después, tuvieron que extirparme la vesícula y operarme el pecho. Entonces volvió el dolor. Estaba en un restaurante el día del cumpleaños de mi hijo, y noté que me costaba masticar. Pensé que tal vez fuera un dolor de oído o de muelas, y fui al dentista y al otorrino, pero no me encontraron nada. El dolor fue en aumento, hasta que me pasó a las manos, y fue entonces cuando me di cuenta de que era el mismo dolor que años antes, y volví a visitarme al médico que me lo había hecho pasar. Y, en efecto, esta vez con acupuntura y ozonoterapia, el dolor ha pasado muy de prisa, y vuelvo a estar perfectamente.

Hará aproximadamente dos años y pico, a raíz de unos trastornos de dolores abdominales acompañados de cierta incontinencia (diarrea) y abundante pérdida de sangre, decidí visitar a la doctora de cabecera del centro de salud pública de mi distrito, quien me envió al especialista del aparato digestivo y, simultáneamente, al urólogo.
El urólogo descartó, tras las exploraciones, que tuviera ninguna fisura causante de las pérdidas de sangre, y al mismo tiempo me realizó una exploración de la próstata.
A continuación, me envió al servicio de consultas externas para que me visitara un especialista del aparato digestivo, tal como había pedido mi doctora de cabecera, y ésta solicitó que me realizaran varias pruebas; radiografías, ecografias, y también una colonoscopia. Con estas pruebas determinaron que padecía una enfermedad que se denomina colitis ulcerosa, y me informaron de que era crónica y no tenía cura, pero que siguiendo un tratamiento a base de pastillas mañana, mediodía y noche, así como enemas diarios de Pentasa, podría llevar una vida normal, y controlar la enfermedad y sus consecuencias. No obstante, tenía que ser consciente de que siempre tendría episodios o brotes de hemorragias y pérdidas de sangre de forma transitoria, y que en estos períodos debería aumentar la medicación de las pastillas de Claversal y los enemas de Pentasa.
Me propusieron entrar en un programa de seguimiento de este tipo de enfermos, les di mi consentimiento y durante aproximadamente un año seguí estrictamente las indicaciones y las visitas de control que me pedían, no sin que durante este tiempo de año largo sufriera varias crisis o brotes con pérdidas de sangre. Por este motivo, consideraron que tenía que someterme a un tratamiento a base de corticoides, con un programa de unos dos meses largos (con una dosificación de más a menos), durante los cuales tendría que tomar unas pastillas dosificadas de cortisona por vía oral, así como un protector de calcio de forma diaria. Debo decir que este tratamiento tiene una respuesta altamente efectiva, porque corta muy rápidamente los brotes o episodios de hemorragias.
A partir del mes de enero de 2006 consulté otros especialistas, e hice que me visitaran en el Hospital del Mar, en el departamento del aparato digestivo, el personal médico del cual, después de ver las pruebas que llevaba, coincidieron con el diagnóstico y el tratamiento que llevaba haciendo.
Por aquel entonces, mi estado anímico empezaba a desmoronarse, porque no veía cómo salir adelante en aquella situación. Por las mismas fechas, de forma casual, me enteré mientras escuchaba un programa de radio de que existía un tratamiento alternativo para mejorar la situación de personas con un cuadro parecido al mío, y con las que se habían obtenido resultados muy satisfactorios con acupuntura.
Visité la consulta de un médico experto en medicina china y, siguiendo sus indicaciones, empecé un programa semana de sesiones de acupuntura. En esta primera etapa, que delimitaría de unos seis meses aproximadamente, alterné las sesiones de acupuntura con el tratamiento de la medicación programada que venía tomando, de Claversal y Pentasa.
A partir del mes de marzo de 2006, aparecieron unas persistentes molestias en la rodilla y la cadera derechos, y visité un traumatólogo del servicio de medicina de empresa en caso de accidente; me realizaron exploraciones y pruebas: radiografías, una resonancia magnética y una gammagrafía ósea. Con estas pruebas me diagnosticaron una osteonecrosis de la cabeza femoral derecha, de modo que el traumatólogo me dejó unas muletas y me recomendó mucho descanso, diciéndome que las usara siempre para andar.
Todas estas circunstancias no hicieron más que menoscabar mi estado anímico. De todo ello fui informando puntualmente al acupuntor, que manifestó la opinión de que se trataba de una situación transitoria, que no tenía porqué ser crónica ni permanente.
La prolongación y la incertidumbre de mi estado, junto con el punto de vista y la opinión positiva del médico acupuntor ante mi situación, hicieron que, en un momento dado, alrededor de junio de 2006, decidiera dejar de tomar la medicación diaria y seguir con las sesiones semanales de acupuntura. Esta determinación tuvo un efecto inmediato en mi estado general, pues de golpe cesaron las molestias en la pierna y dejé de cojear. Hasta hoy, sigo asistiendo a las sesiones de acupuntura, ahora una vez al mes, y desde hace más de un año no he vuelto a tener molestias en la pierna, ni tampoco malestar ni trastornos de esta enfermedad que dicen que tengo, que es la colitis ulcerosa.

Aprovecho para alentar a todo aquel que esté pasando por una situación parecida, para que no se desanime y sepa que existe la posibilidad de curarse y llevar una vida normal.
Hasta aquí mi experiencia vivida y contada tal como creo que la he sentido.

A finales de verano del año 1981, hacía ya tiempo tenía diagnosticada una sinusitis que, de vez en cuando, me provocaba un intenso dolor de cabeza. En una de esas ocasiones fui a visitar a mi médico de cabecera, quien me recetó Dolotanderil en supositorios. Después de muchos días de tratamiento sin que el dolor amainara, el médico insistió en que tomara otra caja porque tenía una sinusitis de caballo; al cabo de pocos días empecé a sentirme débil y cualquier cosa me provocaba llorera. Además, noté una considerable pérdida de peso. Volví a ir al médico y él, extrañado de verme, me preguntó si tenía pérdidas de sangre al evacuar. Yo no había notado nada, a excepción de una coloración negra que atribuía a los supositorios.
Al volver a casa controlé especialmente las deposiciones, y con gran sorpresa comprobé que sacaba bastante sangre y mucosidad, y me quedé sorprendido y enfadado conmigo mismo por no haberme dado cuenta antes. Con unas muestras, visité de nuevo al médico, quien me envió directamente al hospital; allí, entre analíticas y pruebas varias, y además en época de Navidad, lleno de suplentes, no sacaban nada en claro. Mientras tanto, iba perdiendo peso y, como cada día estaba más flaco, creía firmemente que el viaje se terminaba cuando mis hijos eran muy pequeños, especialmente Xavier, que tenía pocos meses, y eso me preocupaba mucho. Pasadas las vacaciones de Navidad, los especialistas por fin me diagnosticaron una colitis ulcerosa, una inflamación grave del colon agravada, probablemente, por los supositorios. Entonces me ingresaron en el hospital y, durante un mes, con ayuno total, recuperé y estabilicé mi “colon”. Descubrí con gran resignación lo que es una colonoscopia. Después de varias entradas y salidas del hospital, encontraron un medicamento que toleraba bien, pero la colitis ulcerosa persistía y, además, me confirmaron que es una enfermedad crónica, y que para controlarla debía tomar un medicamento concreto, la Salazopirina, unas cuatro o seis pastillas diarias, y acudir a dos revisiones al año. Tomando las pastillas fui controlando las frecuentes diarreas, y así, con la resignación que da la confirmación de varios especialistas, tanto de la Seguridad Social como de la medicina privada, pasaron casi veinte años.

Al principio de un nuevo brote, y al comprobar que no podía controlarlo como hacía habitualmente, llamé al especialista para explicarle que con seis pastillas al día no controlaba el brote; el diagnóstico del médico fue aumentar la dosis de nueve a doce pastillas diarias hasta que controlara la diarrea. En aquel momento fui consciente de que tenía que probar otras cosas.
Al comentarle lo que me ocurría a mi cuñada, que tiene la carrera de medicina, me apuntó la posibilidad de recurrir a la medicina alternativa, ya que ella acudía a la consulta de un médico acupuntor de Barcelona y le iba muy bien. Yo no sabía sobre la acupuntura más de lo que había visto por televisión y leído en la prensa… y en principio no me parecía que pudiera ser perjudicial. No sin ciertas dudas, me presenté en la consulta del médico acupuntor, y cuando le expuse mi situación, los años que hacía que me medicaba y que no encontraba mejora a mi enfermedad, me comentó que me podía ayudar. Yo francamente, me mostré bastante reacio, ya que no me hizo analíticas, ni colonoscopias; aparentemente con nada más que un simple auscultación del pulso me empezó a clavar agujas en la espalda y el pecho; después de aproximadamente una hora me las quitó y me citó para la semana siguiente.
Una vez fuera de la consulta le dije a mi mujer que, de buenas a primeras, sentía una relajación bastante notable. Tomamos la decisión de intentarlo durante seis meses, y que de momento continuaría con el medicamento y las visitas del especialista de medicina convencional de la Seguridad Social.
Durante una visita programada al especialista, le pregunté si conocía a alguien que se hiciera acupuntura, y me contestó que no me curaría, pero como yo insistí, afirmó que tampoco me mataría. Bueno, eso ya era un consuelo. Al cabo de tres o cuatro semanas ya me sentía mejor, los dolores eran menos frecuentes y las diarreas más leves, así que decidimos espaciar la medicación y pasar de seis a cuatro pastillas diarias. Al cabo de seis meses, quedó claro que aquello funcionaba; había dejado de tomar la medicación paulatinamente, y desde entonces, ¡¡NO TOMO NINGUNA PASTILLA!! En las visitas del especialista de la Seguridad Social me encuentran muy bien y consideran que estoy en remisión. De eso ya hace casi seis años y, francamente, mi situación ha cambiado mucho; las diarreas, los dolores abdominales, los espasmos y las inevitables muecas de dolor han desaparecido, y aquella sensación de inseguridad que te da no saber dónde está el servicio más próximo en caso de necesidad, los continuos correteos al retrete… los que se encuentren en una situación similar, me entenderán perfectamente.

Actualmente voy a Barcelona una vez al mes. Me lo tomo como un día de fiesta ¡¡sólo para mí!! Voy en tren, leo, hablo con alguien y, si me sobra tiempo, paseo… y a cenar a casa. Creo que la colitis sigue aquí, pero que la acupuntura me la controla y estabiliza. No sé cómo funciona, pero funciona, y con eso tengo bastante.

No pretendo aleccionar a nadie, pero también es cierto que si mi experiencia puede ayudar a alguien, me doy por satisfecho.

Mi historia con la ansiedad empezó hace tres años. Después de pasar un buen embarazo, tuve a mi bebé. Todos los nervios y miedos acumulados durante nueve meses para que todo saliese bien, se esfumaron. Quería disfrutar de mi maternidad. Lo que no me pensaba era que, justamente entonces, empezaría una pesadilla que casi ha durado tres años.
Poco después del parto, empezó a dolerme la zona lumbar. Al cabo de unos días ya me dolía toda la espalda y me visité con el primer traumatólogo. Me hizo una visita muy rápida y me dijo que me tenía que hacer unas radiografías para ver cuál era la causa del dolor porque con la exploración no había visto nada especial. Antes de acabar yo con mi explicación, se levantó de la silla para dirigirse hacia la puerta. No me pareció correcto el trato recibido y decidí probar con un segundo traumatólogo. Éste me hizo las radiografías y, en la visita posterior, me dijo que la causa del dolor era muscular. Me recetó diez sesiones de fisioterapia. Al principio me iban bien. También empecé a ir a la piscina media hora diaria de lunes a sábado para ayudar a mi espalda a recuperarse. Pero en la séptima sesión todo cambió. Ese día el dolor era tan intenso que no pude dormir en toda la noche (tuve problemas para dormir durante los dos meses siguientes a causa también de este dolor). Hablé con el fisioterapeuta y me dijo que él no había hecho nada especial y que se lo comentase al traumatólogo.
Fui al traumatólogo y me dijo, más o menos, que en la espalda se acumulaban muchas tensiones y que el hecho de criar un recién nacido, darle el pecho y levantarlo tan a menudo hacía que yo realizara movimientos que la perjudicaban. Pensé que tenía parte de razón pero, en mi opinión, ese dolor era exagerado en comparación al esfuerzo que hacía. Así es que decidí visitarme con un tercer traumatólogo. Le expliqué todo otra vez, me hizo una exploración muy larga, me hizo hacer una analítica muy completa y muchas radiografías. Los laboratorios me llamaron al cabo de un día o dos para que fuera a buscar los resultados: había un problema bastante grave con la tiroides. Me asusté mucho y fui corriendo a buscarlos. Al día siguiente ya tenía hora con el primer endocrino que conocí.

Cuando estaba en la consulta, miró los resultados y me dijo que tenía un hipotiroidismo “de caballo”, que estaba muy enferma y que si no me había encontrado muy mal durante las últimas semanas. Yo le comenté lo del insomnio y el dolor de espalda. Me dijo que tomara Eutirox 100, una pastilla al día. Yo me fui con el corazón en un puño sin saber en qué consistía el hipotiroidismo y pensando que tenía una enfermedad grave.
Al día siguiente por la mañana me tomé el medicamento y por la tarde, mientras estaba en el sofá mirando la televisión, el corazón me dio un salto que pensé que me moriría allí mismo. Me asusté muchísimo y le llamé enseguida. Me dijo que quizá 100 mcg era una dosis demasiado alta tratándose del primer día y que durante dos o tres días tomara 50mcg, después dos o tres días 75 mcg para llegar otra vez a 100 mcg a la semana siguiente, que era lo que yo necesitaba. Y empecé a tomar a 50 mcg y, como me encontraba bien, no quería pasar de aquí para no tener problemas con el corazón. Esos días empecé a sentirme mareada, tenía palpitaciones y sentía un hormigueo por todo el cuerpo por la mañana que no me dejaba levantarme de la cama.
Me visité con este endocrino otra vez y le comenté lo de los mareos y le dije, que como en el prospecto de Eutirox ponía que si se notaban palpitaciones se consultase con el médico, que por eso volvía a visitarme. Me dijo que lo que tenía que hacer con el prospecto era quemarlo, que había gente que, después de leerlo, notaban todos los efectos secundarios y que continuase con la medicación porque yo estaba “en los sótanos”. Consideré que este señor no me podía ayudar y decidí no volver a visitarme con él. Una compañera de trabajo, que también tenía hipotiroidismo, me aconsejó ir a ver a su médico.

Y así fue cómo me visité con el segundo endocrino. Éste me dijo que no hacía falta correr con la medicación, que empezaría tomando una dosis muy pequeña, y que después de diez días, volveríamos a hacer análisis para ver si era necesario aumentarla o no, y así sucesivamente hasta que encontrásemos la dosis que mi cuerpo necesitaba.
Sin embargo, aunque yo hice todo lo que me dijo, notaba que las palpitaciones continuaban, que me despertaba cada madrugada con un sobresalto y el que el hormigueo por todo el cuerpo no me dejaba moverme por la mañana. Al cabo de poco, las noches empezaron a ser horribles: no podía dormir, el corazón me iba a cien, el hormigueo era muy intenso, sentía como si la cara se me durmiese, las manos me sudaban mucho. Yo pensaba que todo era por culpa de la tiroides hasta que los análisis al cabo de unos días revelaron que ésta no era la causa. Por cierto, con 50mcg de Eutirox mi tiroides funcionaban perfectamente!!!

Ahora tenía otra duda: si la tiroides estaba bien, ¿qué me estaba pasando? ¡Me encontraba tan mal! También tenía problemas de diarrea y, un domingo, mi marido me llevó a urgencias por primera vez. Allí me dijeron que había una pasa de estómago muy fuerte y que tenía que tomar suero oral. Me extrañaba que fuera una pasa porque ya he tenido en otras ocasiones y no tenía nada que ver con lo que me estaba pasando. Hice lo que me dijeron pero no noté mucha mejoría. Los problemas más graves siempre los tenía de noche y mi marido me tuvo que llevar dos veces más a urgencias. En la primera me notaron un cierto desánimo y me recetaron un medicamento para animarme un poco, y así lo hice durante una semana pero, al no notar mejoría, lo dejé. En la segunda me hicieron una visita más exhaustiva para comprobar que no había padecido un ictus, pero cuando les expliqué lo que me había pasado, lo descartaron enseguida.
Un médico por fin empezó a darme pistas: “Lo que a ti te pasa es emocional”. Al día siguiente por la mañana fui a ver a mi médico de cabecera y me dijo que yo tenía una depresión postparto y que tomara un antidepresivo durante un año. Pero yo necesitaba explicar todo lo que me había ocurrido y me fui a ver a un psiquiatra. Después de contarle cómo estaba, me diagnosticó un trastorno de ansiedad. Durante un año y medio fui paciente suya, y aunque al principio el tratamiento que me recetó me fue bien, a la larga no. Aún y así, sólo tengo palabras de agradecimiento para él porque me quiso ayudar de verdad.

La medicación al final no me hacía efecto y recaía una y otra vez. Fui tirando hasta que me dijo que tendría que tomar la medicación de día y para dormir durante una larga temporada, eso si no era para siempre.
Estaba cansada, agotada y harta de encontrarme mal y no dar con un remedio eficaz para mi enfermedad. Tengo que recordar que durante este infierno, tenía que ocuparme de mi bebé. Sin la ayuda de mi familia no se cómo lo hubiera hecho.
Durante todo este tiempo, intenté ayudar a mi cuerpo haciendo meditación, yoga y natación, leyendo un libro sobre la ansiedad de donde extraje información muy útil (Burns, David: Adiós, ansiedad . Ed. Paidós). También pensé que en las pausas del trabajo podía escuchar el minuto de meditación que había visto hacía mucho tiempo en la página web del Doctor Masgrau. Al abrir la página vi una pestaña con el título “Ansiedad”. Leí todo lo que ponía y pensé que era muy razonable.

Llamé a su consulta y pedí cita. No era alguien totalmente desconocido para mí: le había visto en TV3 y le he escuchado alguna vez en Catalunya Ràdio, además de consultar su página web años atrás.
La acupuntura me ha ido muy y muy bien: desde la primera visita he dormido cada día sin tomar ningún medicamento, las palpitaciones y el hormigueo casi han desaparecido por completo, y después de seis sesiones en cuatro meses he ido dejando poco a poco la medicación para la ansiedad.
Hago una vida completamente normal, en alguna ocasión he notado algún que otro síntoma, pero siempre es muy leve y desaparece al cabo de poco tiempo. Para mí ha sido el mejor de los tratamientos que he probado, siento que vuelvo a ser la persona que era antes. Ahora sólo espero poder continuar así para siempre y, en caso de recaída, tengo claro que volveré a tratarme con acupuntura.

He escrito mi experiencia con la intención de que pueda servir de ayuda a otras personas que padezcan ansiedad.

Era un día de vacaciones y con la familia y unos amigos habíamos ido de excursión por la montaña. Hacía buen día, soleado y con una temperatura agradable. Ya iniciábamos el regreso cuando, sin saber cómo, me patinó el pie y, al estar en una pendiente, caí rodando hasta que una roca me detuvo. Tuve suerte de no golpearme la cabeza, pero en seguida sentí un intenso dolor en la pierna y en todo el cuerpo.
Me rescató un helicóptero de los bomberos y, aunque trataban de animarme, yo no lo veía nada claro. Una vez en el hospital, el diagnóstico del médico fue muy duro para mí, pues tenía una costilla rota y, lo peor, una fractura de la meseta tibial. Se hizo la intervención quirúrgica con placas de osteosíntesis. Al estar en esta situación, empecé a buscar qué podía hacer para recuperarme.
Conozco la acupuntura desde hace tiempo y sabía que podía ayudarme. Me puse en contacto con un médico acupuntuor y, ya dada de alta del hospital, inicié el tratamiento. Desde la primera sesión con las agujas mi estado de ánimo mejoró, se alivió el dolor de la rodilla y la pierna, y disminuyó el intenso malestar que sentía. Evidentemente, yo no podía andar, sólo me movía en silla de ruedas y con la pierna estirada. Mediante el tratamiento semanal de agujas, muy pronto empecé a notar un cambio: la inflamación y el dolor disminuyeron y al cabo de poco tiempo ya me valía por mí misma.
Llegó un momento en que el médico que me había operado me dijo que tenía que hacer rehabilitación, que me llegaba la peor parte en cuanto a dolor, que sería largo recuperarme y que haría falta un gran esfuerzo para conseguir flexionar la rodilla. Por la información que tengo de determinados centros de recuperación y del protocolo que siguen, preferí seguir con la acupuntura, con la que me recuperaba sin sufrir los dolores de que me habían hablado. Empecé a flexionar la rodilla y a mover la pierna. La familia y los amigos se quedaban sorprendidos de la rapidez con la que me recuperaba.
Semana a semana ganaba movilidad; a las diez semanas de la intervención la mejora era espectacular. Poco a poco empecé a andar con la ayuda de muletas, sin dejar el tratamiento de las agujas, y he mejorado más de prisa de lo que corresponde en el habitual proceso de recuperación. Ahora, a las catorce semanas del accidente, ya me valgo por mí misma y ando sin muletas.
Con la acupuntura, mi estado general ha encontrado un bienestar físico y moral.

Era otoño de 1998. Hacía cuatro meses que me había casado, y tres que sufría infecciones de orina. Tenía una cada semana o diez días, y estaba muy preocupada. Tomaba antibióticos. Seguía el tratamiento completo, nunca lo dejaba a medias. Parecía que me curaba, o tal vez lo hacía, porque los síntomas desaparecían y las tiras reactivas salían negativas, pero al cabo de unos días volvían las molestias. La verdad es que cuando llevaba dos meses tomándolos regularmente me sentía muy decaída. Creo que me debilitaron bastante. Eran unas molestias intensas, a veces incluso sentía como unos espasmos en la vejiga. Las infecciones aparecían de repente, de forma muy brusca.

Me acuerdo que fuimos de vacaciones y que, durante el trayecto, visité dos hospitales, un ambulatorio y una herboristería. Tomé antibióticos casi todo el viaje. También tomaba infusiones que me preparaba por los parques de Castilla con una bombona de camping gas. Bebía mucha agua y casi cada media hora teníamos que parar el coche para que hiciera pis.
Cuando terminaron las vacaciones fui a un hospital cerca de casa, y me dieron hora para el urólogo. Fuimos a que me visitara. Me dijo que las infecciones tenían que ver con las relaciones sexuales, y que lo que debíamos hacer era: al terminar, tomar una pastilla de antibiótico e ir a lavarme. Al salir de la consulta recuerdo que le dije a mi marido que no pensaba hacer aquello. Era bloqueador y no estaba dispuesta.
Decidimos buscar otras cosas, aunque no sabíamos exactamente qué.
Una amiga nos dio el teléfono de un médico acupuntor, que le había pasado su suegro, creo. Fuimos a verle. No sabíamos realmente qué tipo de medicina practicaba, pero estábamos convencidos de que tenía que haber otra solución.
Cuando me clavó agujas por primera vez, me dio un poco de respeto. No noté ninguna mejora al momento, ni nada milagroso. Fui a seis sesiones. Me acuerdo de que las infecciones, de forma progresiva, se fueron espaciando, y cada vez me dolían menos. Pero la última fue distinta…
Estaba recogiendo aceitunas y, de repente, me vino. Era de las fuertes. Llamé, tomé el tren, y para Barcelona. No podía esperar a la siguiente visita. Me puso más agujas que de costumbre, y durante más rato. Al final, me dejó una más gruesa clavada en la oreja, como un pendiente. La llevé una semana, hasta que cayó sola, y ésa fue la última vez que tuve molestias.
Yo había estudiado la carrera de medicina, pero no ejerzo porque decidí hacer otra cosa: elegí irme a vivir al campo, a una casa de colonias, y porque me gusta más la enseñanza. Honestamente creo que, con independencia de los estudios que se tengan o de las situaciones en que nos encontremos, todos tenemos la obligación de preocuparnos por la salud. Creo que debemos ser críticos, y buscar lo que nos va mejor. Creo que para unos casos puede ir mejor un tipo de medicina, y para otras, otro. Creo que todos los médicos buscan como finalidad la mejora de la salud de las personas, y eso es lo que les une. Espero que algún día la sanidad pública estará mejor, y todas las medicinas alternativas tendrán cabida en ella, por el bien de todos.

Es sólo cuestión de buena voluntad.

En abril de 2007 estuve ingresada una semana. Voy acudir al hospital por un dolor abdominal fortísimo que me impedía caminar. Me hicieron muchas pruebas. radiografías con tráfico, tacos, y colonoscopia. Salí de allí con el diagnóstico de ileonitis (inflamación de la parte final del intestino delgado), y con una medicación consistente en corticoides. Seguí encontrándome muy mal. Aunque estuve unos días de baja. Volví al trabajo pero estaba bastante dolorida y la zona abdominal seguía inflamada. El seguimiento con los análisis de sangre seguían saliendo mal por la inflamación y la fuerte anemia. Un mes después del ingreso me llega el veredicto. Tenía la enfermedad de Crohn.
Estuve visitandome y siguiendo la medicación durante dos años con un médico especialista en Enfermedad de Crohn y Colitis Ulcerosa. El médico me decía que lo que me pasaba era crónico. Que siempre me tendría que medicarse con el Inmurel, y corticoides, y que tendría que ir operando varias veces a lo largo de la vida, e ir cortando el intestino. Yo estaba muy angustiada porque el medicamento en cuestión es un depresor del sistema inmunitario. Aquello no me dejaba vivir tranquila. Al mismo tiempo que me medicaba empecé una dieta más sana, pero seguía muy angustiada y no me encontraba bien.
Acudí a la acupuntura y, siguiendo los consejos de este médico, me decidí a dejar la medicación. Enseguida me encontré mejor, y gané la tranquilidad y serenidad que había perdido.
Hasta día de hoy, me encuentro de maravilla, y ni me acuerdo de la condena que me cayó en su día.
Es reconfortante estar en manos de la sabiduría.

Desde pequeña que tengo la mala costumbre de comerme las uñas. Aunque entonces no me preocupaba en absoluto, a medida que he ido creciendo me ha ido perturbando en cierta medida. Por un lado, verme las uñas así me provoca rechazo, ya que estéticamente no me gusta nada. Pero hay algo mucho peor, y es que cuando lo hago, la fuerza que aplico en la yema de los dedos con los dientes me provoca un dolor en el brazo. Por curiosidad, he ido observándome, y he comprobado que cuando mi vida cotidiana (controlada) se ve amenazada por un nuevo proyecto profesional, mi interior se dispara y empiezo a morderme las uñas de forma compulsiva.
Es por este motivo que a principio de noviembre de 2007 fui a visitarme con un médico acupuntor. Le había oído hablar por la radio sobre cómo afrontar las enfermedades, los vicios y, por tanto, las disfunciones internas del ser humano a través de la acupuntura, y pensé que tal vez él me podría ayudar.
Fui en uno de esos momentos compulsivos, y con la primera visita tuve suficiente para darme cuenta de que había acertado en la dirección. Desde entonces, no he vuelto a comerme las uñas, aunque mientras tanto mi vida cotidiana se ha visto truncada por un nuevo proyecto profesional; pero en mi interior ha disminuido el impulso de la bestia compulsiva y, gracias a la acupuntura, he sido capaz de pasar por encima de ella.
El efecto de las agujas en mi cuerpo son de tranquilidad y placer a partir de la respiración, y me gusta pensar que he encontrado mi solución.
Sigo visitándome con el doctor de forma periódica, porque creo que las uñas sólo son una forma más de definirme, pero que quedan otras cosas, como por ejemplo, apretar el cráneo con la mandíbula, tanto de día como de noche. Éste es mi nuevo reto.
Por lo que se refiere a las uñas, lo había comentado con el médico de cabecera, y la solución que me había dado era pintármelas con un producto que venden en las farmacias. Tiene mal sabor, y cuando te llevas los dedos a la boca, provoca rechazo. Pero mi mal no estaba fuera, sino dentro.
Y en cuanto a los dientes, el dentista me propuso hacerme una prótesis dental de silicona para que me la pusiera mientras dormía. Pero la solución no está fuera, está dentro.

Me gustaría dar testimonio de mi experiencia con la acupuntura, que conocí gracias a una amiga allá por los años ochenta.
Primero llevé a mi madre por un dolor fortísimo en la rodilla derecha debido a la artrosis. En la primera sesión, quedé impresionada al verla mover la pierna de arriba abajo. En aquel momento pensé que estaba sugestionada. A la semana siguiente, el Dr. nos dijo que sólo era necesario que fuera una sesión más, ya que mi madre se encontraba casi recuperada de su dolencia.
Años más tarde, mi sobrino también lo probó porque tras muchos años de terapia convencional y de soportar grandes dolores de espalda, no sentía mejoría. A los pocos meses tuve la suerte de oírle decir: «Mercedes la acupuntura me ha hecho olvidar que tengo espalda…» Tampoco él ha vuelto a tener dolores.
Me quedé verdaderamente impresionada del efecto tan positivo que causó este tipo de terapia basado en una cultura tan lejana a la mía y, por eso, la he recomendado a otras personas:
Una compañera sufría anemia y en pocas semanas, la acupuntura consiguió estabilizar sus niveles de hierro. También con acupuntura se trató mi tía de ochenta y ocho años de artrosis en ambas rodillas. Se le realizaron varias sesiones debido a su avanzada edad y se le recomendó hacer sesiones de ozonoterapia, aunque no llegó a experimentarla. También se trató con acupuntura un primo mío que padecía cáncer, y le alivió los intensos dolores que le habían provocado las sesiones de quimioterapia.
Y ahora sí, quiero manifestar mi propia experiencia:
Los tratamientos que me aplicaron (antibióticos, antiinflamatorios, etc.…) tras la rotura de una muela me produjeron desgaste físico y psíquico. Además, por aquel entonces, también sufrí una lumbalgia de cadera que no me dejaba moverme ni siquiera en la cama. Padecí una fuerte depresión.
Después de varios años aconsejando a la gente de lo buena que era la acupuntura, decidí probarla yo. Varias sesiones más tarde el dolor y la depresión habían desaparecido, ¡increíble!
Cuando el Dr. me aconsejó dejar la terapia me dio un poco de miedo, pero os aseguro que, hoy por hoy, y después de un año aproximadamente, me sigo encontrando bien. Me acuerdo que me despedí diciéndole «Si mañana sueño que me constipo, volveré». Con una sonrisa serena y casi en silencio nos despedimos… Yo por dentro gritaba: Gracias!!!